El Foro China-CELAC: Más símbolos que sustancia
El IV Foro Ministerial China–CELAC evidenció la persistente asimetría en la relación entre China y América Latina. Pese a la amplia participación de líderes regionales, el evento se caracterizó por su retórica simbólica y falta de resultados concretos. El caso de Colombia, con la firma de un plan de cooperación en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, mostró improvisación diplomática y ausencia de estrategia exterior clara, contrastando con la preparación técnica de países como Brasil y Chile. El artículo argumenta que el problema central no es solo el diseño del foro, sino las limitaciones internas de la región para proyectar una voz coherente y estratégica en el escenario global.

La celebración del IV Foro Ministerial China-CELAC en Beijing no marcó un giro estratégico en la relación entre América Latina y China. Por el contrario, volvió a poner en evidencia una región desarticulada, un desequilibrio creciente frente a la narrativa global cuidadosamente construida por Beijing, y un formato de encuentro donde abundan los gestos simbólicos y escasean los resultados tangibles. Aunque la participación fue amplia—con 17 cancilleres y tres jefes de Estado, entre ellos Gustavo Petro, Luiz Inácio Lula da Silva y Gabriel Boric—el foro se consolidó, una vez más, como un ejercicio de diplomacia retórica sin estructura operativa sólida.
«El foro se consolidó, una vez más, como un ejercicio de diplomacia retórica sin estructura operativa sólida.»
Uno de los gestos más llamativos fue la firma de Colombia al plan de cooperación en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Para China, esto representa una victoria diplomática significativa: logró vincular a uno de los principales aliados históricos de Estados Unidos en la región con la emblemática iniciativa global del presidente Xi Jinping. No obstante, la decisión parece haber sido más una herramienta de política doméstica para el presidente Gustavo Petro que el resultado de una estrategia exterior coherente. La desautorización pública de su canciller, Laura Sarabia, antes del viaje, reflejó la falta de alineación y coordinación en el seno del gobierno colombiano.
Además, el memorando suscrito con Beijing encaja en el molde genérico de los acuerdos que China ha firmado con decenas de países: cooperación en conectividad, salud, tecnología, comercio y desarrollo sostenible, sin proyectos concretos ni prioridades claras. Esta ambigüedad deja a Colombia en una posición pasiva, donde será China quien marque el ritmo y el alcance del vínculo.
Petro, sin embargo, presentó la adhesión como una “plataforma de colaboración flexible” que permitirá evaluar “individualmente cada proyecto” y su impacto para la población colombiana. Con esta declaración, el gobierno colombiano sugiere buscar un modelo más pragmático, similar al de Brasil, que no ha adherido formalmente a la BRI pero trabaja en establecer sinergias específicas entre esta y sus estrategias de desarrollo nacional. La diferencia radica en el grado de planificación: mientras Brasil llega con hojas de ruta, Colombia improvisa desde la urgencia política.
«Colombia improvisa desde la urgencia política, mientras otros países llegan con hojas de ruta.»
Más allá del contenido, Petro parece haber aprovechado la ocasión para proyectar una victoria simbólica en el plano internacional en un momento de desafíos internos crecientes. La adhesión a la BRI se convirtió en un triunfo diplomático fácilmente comunicable, aunque difícil de concretar. En línea con su aspiración de posicionarse como líder regional en foros globales—una ambición ejercida con torpeza y contradicciones—Petro incluso propuso una cumbre CELAC-EE.UU. en su discurso, en un intento por equilibrar su acercamiento a China con una narrativa conciliadora hacia Washington. Esa cautela, sin embargo, refuerza la idea de que no existió un trabajo diplomático previo ni con China ni con Estados Unidos. Colombia carece tanto de una política exterior clara hacia Beijing como de una estrategia definida hacia su principal aliado histórico.
Como prueba adicional de este desorden, fuera del marco del foro, Petro solicitó el ingreso de Colombia al banco de los BRICS. Que esta solicitud no se haya realizado formalmente dentro del evento multilateral reafirma una idea clave: los avances prácticos y sustantivos no se logran en espacios como el foro China-CELAC, sino en negociaciones bilaterales bien estructuradas. Esa fue la lección que ofrecieron otros países. Brasil, con una delegación de nueve ministros, y Chile, con objetivos claros, aprovecharon el foro como plataforma para avanzar en agendas propias. La comparación es elocuente: frente a la preparación técnica de unos, otros llegan sin hoja de ruta y terminan atrapados en promesas vagas, útiles solo para la narrativa china.
«Los avances prácticos y sustantivos no se logran en espacios como el foro China-CELAC, sino en negociaciones bilaterales bien estructuradas.»
Beijing, por su parte, ofreció un discurso articulado y un liderazgo meticulosamente proyectado. Xi Jinping presentó cinco grandes programas de cooperación—solidaridad política, desarrollo económico, intercambios civilizatorios, seguridad compartida y conectividad entre pueblos—acompañados de cifras llamativas y conceptos grandilocuentes como “comunidad de futuro compartido”. Sin embargo, este despliegue careció de mecanismos verificables y compromisos concretos. La anunciada línea de crédito de 9.200 millones de dólares, por ejemplo, no especificó plazos, condiciones ni criterios. Aún más revelador: esa cifra representa menos de la mitad de los 20.000 millones de dólares que China prometió en el III Foro Ministerial en 2015. Para una región de más de 600 millones de habitantes, esta suma es prácticamente insignificante, especialmente cuando se compara con África.
En efecto, el contraste con el compromiso chino en el Foro para la cooperación China-África (FOCAC, por sus siglas en inglés) es revelador. En el plan de acción 2025–2027, China promete 50 mil millones de dólares para África en los próximos tres años, incluyendo créditos, asistencia directa e inversión empresarial. Esta diferencia cuantitativa y cualitativa sugiere que Beijing percibe a la CELAC como una plataforma débil e informal, sin estructura jurídica vinculante ni mecanismos de cumplimiento.
En última instancia, el IV Foro China-CELAC no transformó el vínculo sino que lo confirmó: China sigue marcando las pautas, el lenguaje y los ritmos de la relación, mientras América Latina responde de forma dispersa, con escasa preparación técnica y poca claridad estratégica. En ese desbalance, el riesgo no es solo que la región adopte la agenda china, sino que lo haga sin haber definido primero sus propios intereses. Al apropiarse del lenguaje propuesto por Beijing—con expresiones como “intercambio civilizatorio”, “comunidad con destino compartido” o “solidaridad Sur-Sur”—los gobiernos latinoamericanos corren el riesgo de adherirse a un marco conceptual ajeno, que no han contribuido a construir y que puede no responder a sus verdaderas prioridades de desarrollo.
«Ni la victimización retórica ni el simbolismo multilateral son sustitutos de una política exterior eficaz.»
La izquierda regional suele insistir en que las voces de América Latina y el Caribe no son escuchadas en los foros globales, y que sus intereses son sistemáticamente ignorados. Pero si el foro China-CELAC dejó algo claro, es que quizás el problema no radique exclusivamente en el diseño del orden internacional, sino en limitaciones internas más profundas: falta de coordinación entre países, baja capacidad técnica, diplomacia improvisada y un profesionalismo insuficiente. En un escenario global que exige claridad estratégica y capacidad de negociación, ni la victimización retórica ni el simbolismo multilateral son sustitutos de una política exterior eficaz.